Hace 30 años la mañana de un lunes se convirtió en una de las más trágicas de la historia argentina. A las 9.53 una camioneta cargada con más de 300 kilos de explosivos se estrelló contra el edificio de la AMIA en Pasteur 633, en el corazón del barrio de Once. La explosión dejó un saldo de 85 muertos y decenas de heridos, causando una cicatriz profunda en la sociedad argentina, que sigue doliendo cada año.
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El atentado no solo devastó físicamente al edificio, sino que también expuso las graves falencias del Estado argentino. Las fronteras porosas permitieron la entrada de los terroristas, y la corrupción dentro de las fuerzas de seguridad y los servicios de inteligencia quedó en evidencia.
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Con cada aniversario la sensación de justicia parece alejarse más, recordando las complicidades y el encubrimiento que caracterizaron la gestión del caso desde sus inicios. La memoria de las víctimas y el clamor de justicia siguen vivos, en un país que aún busca respuestas y rendición de cuentas por uno de los actos más oscuros de su historia.