Con 140 votos a favor, 80 en contra y 17 abstenciones.
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La nueva norma, que ya contaba con media sanción del Senado, representa un cambio sustancial en el equilibrio de poder. A partir de ahora el Presidente estará obligado a conseguir, en un plazo máximo de 90 días, el aval de ambas cámaras para mantener la vigencia de sus decretos. De no lograrlo, el DNU quedará automáticamente derogado. El oficialismo calificó a la ofensiva de “medida desestabilizante”.
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El punto más conflictivo, y que fortalece significativamente al Congreso, es que bastará con que una sola de las dos cámaras rechace un decreto para dejarlo sin efecto, erradicando así el principio de la “sanción ficta” establecido en la ley 26.122, un artilugio impulsado por la entonces senadora Cristina Kirchner, que permitía la validación de los decretos con el simple silencio del Congreso.