Corrientes, Argentina, 6 de marzo de 2024 - Opinión
Cuando parecía que la experiencia de la ultraderecha en tierras americanas había causado un giro de discernimiento en los habitantes -con un rápido arrepentimiento por haber votado libremente a personajes como Trump (EE.UU.), Macri (Argentina), Bolsonaro (Brasil) y, últimamente, a Milei (Argentina)-, confirmado con los movimientos sociales y manifestaciones en contra surgidas ante cada medida implementada por el gobierno correspondiente, el gigante del norte tiende a tropezar con la misma piedra (aunque esta vez es un peñasco). Estados Unidos sufre algo que se replica en varios países a todo lo largo de la cordillera andina y sus inmediaciones, y cuyos frutos se observan de cerca y replicados en casi toda la extensión del continente, la contienda proselitista entre dos males políticos y la predicción de que se elegirá al peor de los dos, ocurriendo de esa forma la mayoría de las veces, como casi ocurrió en Chile con José Antonio Kast, que de haber triunfado se hubiera convertido en otro exponente autoritario.
Las explicaciones de este fenómeno son varias (según el que las dé), pero tienen un punto de conexión, y es la determinación del voto basada en las emociones, pero no cualquiera, casi siempre es el odio y la decepción, amplificadas por el engaño bien disfrazado de unos candidatos y las equivocaciones (a sabiendas o no) de otros, y este punto nos lleva a lo que probablemente sea la causa del triunfo de la derecha dictatorial: la falta de un movimiento de izquierda que milite con consignas claras y convincentes. Sobran los dedos de una mano para contar los países del Nuevo Mundo donde el socialismo se mantiene por convicción, en el resto se aplica en ciclos inestables y girando como los rayos de una bicicleta, pero éstos se rompen y la reparación se produce tras años de desdichas, con un irreparable costo humano que se refleja principalmente en la indigencia y la degradación, dejando a la sociedad al borde del colapso.