Argentina Corrien, 16 de enero de 2023 - Historia
A más de 13 mil kilómetros de distancia, donde este año se celebró la Copa del Mundo de fútbol, en las canchas polvorientas y descascaradas de pasto, un puñado de niños corre detrás de una pelotamaltrecha, con los botines gastados, la camiseta embarrada y los sueños intactos de poder algún día llegar a ser como esos ídolos, que atraen flashes en cada rincón del mundo y queescribieron páginas de gloria eterna en Doha, la capital de Qatar.
A más de 13 mil kilómetros de la capital catarí, unas pequeñas manos abren ansiosamente los paquetitos y una mirada recorre detenidamente las caras y datos de los jugadores que aparecen en las figuritas. La sonrisa enorme se dibuja en una cara, y la alegría estalla en las mejillas pecosas cuando “ese” jugador favorito y tan esperado asoma desde el envoltorio roto. Las pequeñas manos recorren las páginas de ese álbum ajado de tanto trajín mundialista, de tantos recreos y demostraciones de la colección, hasta llegar a la página indicada: ahí el sueño de haber conseguido a ese jugador favorito queda plasmado y e inmortalizado. Y también aparecen esos sueños de, en algún futuro, ser una de las caras que aparecen en las figuritas y serel jugador deseado y buscado por miles de niños.
A más de 13 mil kilómetros de Doha, frente a una pantalla, los corazones se estremecen, los estómagos se cierran, los rezos se multiplican, las uñas y cutículas desaparecen a mordiscones; pero también aparecen los abrazos, las lágrimas y la esperanza renovada cada vez que ese petiso barbudo, con la legendaria 10 celeste y blanca en el lomo, salta a la cancha para hacer de las suyas. Su juego vuelve a convertirse en el alimento y el motor del sueño de los desesperanzados, de los cansados, de los frustrados y de quienes sobrellevan la vida como pueden en contextos cada vez más jodidos.
A 13 mil kilómetros de uno de los centros petroleros mundiales,un niño con una pechera descolorida -de tantas lavadas-esquiva conos, enfila para el arco y saca un zapatazo que infla la red descosida; y mientras la pelota se va para el fondo de la cancha, sueña con marcar un gol con la camiseta 9 albiceleste; corriendo desde la mitad de la cancha y gambeteando afortunadamente a la defensa de Croacia, haciendo reventar las gargantas de 45 millones de personas.
A más de 13 mil kilómetros del Mundial de fútbol las camisetas con la 10 en la espalda se multiplican a una velocidad inusitada; las remeras con la 23, acompañadas de guantes (o a manos peladas), son una realidad en cada casa argentina. Los gritos de gol de Messi o Julián o Enzo, y de las voladas del “Dibu” se hacen escuchar desde las veredas. Los sueños de ser aquellos ídolos ya no tienen límites y también quedan inmortalizados, como las figuritas, como los goles en los potreros, como los abrazos: los sueños de este momento quedan grabados a fuego en la memoria. Porque el fútbol se convirtió, aunque sea por un momento, enfelicidad plena; en la tierra fértil para nuevos sueños de esta generación, y de tantas generaciones por venir.